sábado, 7 de marzo de 2009

COMPARTIENDO EL EVANGELIO: TRANSFIGURACIÓN DE JESUCRISTO


Hay dos cosas a tener en cuenta: entramos y vamos a comprender el misterio de Dios en el misterio del Hijo de Dios. Se nos muestra el amor del Padre, pero también el amor del Hijo, que va a pedir al Hijo el sacrificio supremo, la entrega.

Reflexión de Mons. Rubén Oscar Frassia

Domingo 8 de marzo de 2009
2º domingo de Cuaresma
Evangelio según San Marcos 9, 2-10 (Ciclo B)

Transfiguración de Jesucristo

Es el Evangelio de la transfiguración. Cristo es transfigurado ante la presencia de Moisés y Elías, quienes representan la alianza de Dios con su pueblo, Israel y los profetas.

Hay dos cosas a tener en cuenta: entramos y vamos a comprender el misterio de Dios en el misterio del Hijo de Dios. Se nos muestra el amor del Padre, pero también el amor del Hijo, que va a pedir al Hijo el sacrificio supremo, la entrega.

Uno se da cuenta, en parte ahora pero definitivamente después, del sentido del sacrificio y de la cruz. Cristo se ofrece, se entrega, muere y resucita. Y con este acto, Cristo nos trae la liberación, nos trae el perdón, nos trae su amistad, nos da su gracia.

¿Ven? El misterio de Dios, el misterio de Cristo y el misterio del hombre, que entiende al hombre mismo en la medida que haga referencia al misterio de Cristo. Esto es muy importante: Dios no escatima el sufrimiento para su Hijo, y este Hijo, Cristo, viene a hacer la voluntad del Padre.

Ahora bien, ¡hay tantos dolores!, ¡hay tantos sufrimientos!, ¡hay tantas tragedias!, como recordamos un accidente reciente, donde un muchacho -aparentemente “tomado”- mata sin querer a una niña de dos años que estaba con su familia; y así pasan los accidentes en la ruta, tanto en Argentina como en otros países, cosas que se pueden evitar porque son torpezas humanas. Pero hay otras cosas que no dependen de los hombres como aquel tsunami por ejemplo, ¡pasan tantas cosas!, donde el mundo del dolor está presente.

Nosotros no tenemos una vida definitiva, ¡estamos de paso! El error es pensar que acá estamos para siempre. A veces nos da terror, nos da miedo, pensar que no vamos a estar para siempre. Pero lo más importante es pensar, en clave de fe, que venimos de Dios, caminamos con Dios y volvemos a Dios. El que entiende este proceso, este camino, tiene paz, tiene serenidad, tiene sentido su vida, sabe para qué vivir, sabe por qué está. Y se orienta hacia donde tiene que dirigirse.

Si no vivimos en clave de fe, vamos a buscar, buscar y buscar, razonables explicaciones que no tienen explicación, ¡no tienen explicación! ¿Por qué a mí?, o ¿por qué a aquella persona?, o ¿por qué a aquella persona y no a mí?, que muchas veces lo planteamos y lo decimos.

A veces nuestra vida está en la oscuridad, pero también en esta oscuridad siempre hay una luz en el mundo y para todos: se llama fe y se llama esperanza.

Hay que pedirle al Señor que su presencia nos ilumine, nos ayude, a que también vivamos con esta convicción. Sepamos que hay un verdadero enemigo que tiene poder sobre nosotros: ese enemigo a veces somos nosotros mismos. ¿Por qué? Porque incide y perjudica nuestro accionar en nuestra voluntad.

En esta Cuaresma hay que pedirle al Señor ¡que luchemos y trabajemos espiritualmente para que nuestra voluntad se fortalezca en el bien y nuestra inteligencia se fortalezca ante la verdad! Dos elementos que no son muy frecuentes: la verdad y el bien.

Que esta Cuaresma vayamos buscando vivir en la verdad y no en la mentira; y en el bien, viviéndolo y procurándolo para los demás.

¡Que la fuerza del Cristo también nos transforme para que vivamos una vida diferente! Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


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