lunes, 4 de abril de 2011

MONS. JOSÉ MARÍA ARANCEDO: LA LUZ Y LAS TINIEBLAS




Una imagen común en las Sagradas Escrituras para referirse al bien es el tema de la luz como signo de vida nueva. Las tinieblas, por el contrario, pertenecen al mundo del mal y la mentira, que se reflejan en esa otra imagen del “hombre viejo”.


Este tema adquiere en Cuaresma la importancia de un camino hacia la conversión. Hemos nacido para vivir en la luz, sin embargo, el mundo de las tinieblas mantiene un poder que debilita nuestra vida.

Este poder, por otra parte, no tiene un dominio absoluto frente al hombre porque ya ha sido vencido por Jesucristo. Esta certeza es la que le permite a san Pablo decir: “La muerte ha sido vencida, para agregar con cierto aire de desafío ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?, y concluir luego: ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Cor. 15, 55-57). Por ello antes de hablar de las tinieblas, siempre debemos hablar de la luz.

La Palabra de Dios en este domingo de Cuaresma nos presenta la escena de la curación del ciego de nacimiento que nos habla, precisamente, del tema de la luz. San Pablo, en la segunda lectura, recordándonos nuestra nueva condición a partir de la fe en Jesucristo nos dice: “Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, concluye, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad” (Ef. 5, 8-9). Esto significa que la vida cristiana, que nace de un encuentro vivo con Jesucristo, tiene que poder verse y dar frutos.

No se trata de algo interior que me satisface, sino de una Vida que viene a transformar mi conducta. La coherencia entre la palabra y el actuar es, para el cristiano, la consecuencia y exigencia de una fe hecha vida. La fuerza del cristianismo, por lo mismo, no proviene sólo de una doctrina sino del testimonio de una fe vivida.

El fruto de la luz es, decía san Pablo: “bondad, justicia y verdad”. Creo que en la realidad de estas tres palabras vividas como un todo, encontramos la expresión viva de una conducta cristiana. Cuando se las aísla y se busca justificarlas en sí mismas si referencia a las otras, nos encerramos en sus pequeñas razones. La justicia necesita de la verdad y ambas de la bondad, que es expresión de un amor que las trasciende en un gesto de misericordia. La bondad, por su parte, necesita de la verdad y de la justicia para no caer en un infantilismo de buenas intenciones; la verdad y la justicia, a si mismo, adquieren su madurez cristiana en la bondad que se convierte en signo de una vida nueva.

Cuántas personas se endurecen en sus verdades y no alcanzan a vivir la libertad y la alegría del amor, que es signo del “hombre nuevo”. San Juan, desde la vivencia de su encuentro con Cristo nos dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos” (1 Jn. 3, 14).

Como vemos, a la vida cristiana sólo se la comprende plenamente desde la experiencia de un Evangelio hecho vida como gracia que se nos comunica y capacita para vivir su ideal. La Cuaresma nos predispone a este encuentro con Jesucristo para hacernos hijos de Dios y testigos de su Vida cuyo fruto es la bondad, la justicia y la verdad. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz



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