domingo, 10 de abril de 2011

PASCUA DE RESURRECCIÓN: LA MISIÓN Y EL SERVICIO




“…… Como el Padre me envió, así
yo los envío a ustedes”. (Jn. 20,21).


Por Juan Carlos Grisolia


El amor, en Dios Padre, es la manifestación de su Poder. Y como en Él no existen potencias, el acto puro que es causa de la creación del hombre, se repite en la Redención, por el cual sus criaturas pasan a la condición de hijos adoptivos.

La relación de Dios con el mundo es personal y toda la creación, que es causa de su Amor, encuentra el sentido divino y natural en nosotros, sus hijos.

Escribe Romano Guardini: “De este modo se nos revela el mundo visto desde Dios, mirado desde lo profundo, desde el corazón y el destino del hombre. Y a la vez se nos revela quién es Dios: Aquel para quien el destino humano es algo muy precioso…… Debemos estar convencidos de que Dios considera nuestra existencia más importante que la de Sirio o la Vía Láctea. Sí, porque a los ojos de Dios, el corazón y el destino de cada uno de nosotros, es el eje del mundo” (1)

Quienes fuimos atados a la culpa original generada en la acción de nuestros primeros padres terrenos, Adán y Eva, nos encontrábamos separados del Creador, por cuanto arrastrábamos la desobediencia con la que aquellos quisieron “ser como dioses”, rechazando con ello a Quién exclusivamente lo era. El vínculo se había cortado. Pero esta separación no podía subsistir en Quién siendo fuente del Amor, la Verdad y Bondad absolutas, las había participado a sus criaturas.

En tanto cierto es que “……debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios ‘creó, de un solo principio, todo linaje humano’” (Hch. 17,26); tal como dijese el Padre Juan Carlos Locatelli “todos estuvimos en el vientre de Eva” como “todos en el de María” coautora necesaria de la redención y por ello de la restitución de la unidad, por adopción, de Dios con sus hijos” (2).

El Padre se acercó a la criatura, para recomponer la relación que le permitiera a ésta contemplarle en el tiempo, en orden a prepararse para la Visión Beatífica que gozaría ilimitadamente, alcanzado que fuera su fin trascendente, por la perfección temporal relativa de su inmanencia. Aquél, por tal, se encuentra fuera del hombre.

Y porque la naturaleza había quedado afectada. El sentido de la vida humana, en orden a sus fines, resultaba incomprensible, y se tornaba absurdo en el marco del orden natural.

Por eso Dios descendió y se puso junto a sus hijos.

Dice Romano Guardini: “……Los cielos se abren. Ceden las barreras que separan al hombre de Dios, del Omnipresente que está en los cielos en bienaventurada intimidad. Se abre la frontera que separa a Dios del hombre que es creación, que cayó en el pecado y arrastró consigo al mundo, ‘sometiéndolo así a la vanidad’ (Rm. 8,20)” (3).

Y lo hizo mediante la Encarnación de su Hijo, Jesús, el Redentor, quien fue enviado.

Es aquí donde el concepto de misión se relaciona con la “acción de enviar”, con el otorgamiento del “poder” –solo participado, en tanto la condición de perfecto hombre concedida a Jesús y pleno, en tanto Dios- “facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido” (4).

Y en tanto “facultad” se define como “aptitud, potencia física o moral” y “poder, derecho para hacer algo” (5); surge clara la noción del mandato, asumido por la naturaleza divina encarnada, en orden a la cualificación que la define.

Así por ello, en Jesús, “…...Tiene lugar entonces un encuentro infinito. Hacia el corazón humano de Jesús fluye toda la plenitud abierta del Padre…… El es el hijo consubstancial de Dios; lleva en su ser la divinidad viva que lo colma e ilumina. Pero a la vez Él es verdadero hombre, semejante en todo a nosotros, salvo en el pecado” (6).

Es el servicio el contenido de esta misión.

En tanto tal, servir implica “trabajar para otro, ayudar, ser útil, ser un instrumento a propósito” (7).

Y solo se cumple, en la medida que se entienda que la misión tiene por objeto obrar contemplando y poniendo en acto las esencias que integran el mandato, para transmitirlas a nuestro prójimo, que es el destinatario de tales contenidos.

Jesús instruye a sus apóstoles y a todos nosotros, que en tanto le aceptemos, quedamos insertos en el marco de la misión destinada a brindarse en el amor. Así enseña: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, quien me recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado” (Mt. 10,40), esto es al Padre; “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn. 15,9-10); “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él…….. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn. 14,23-24) y “……yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad” (Jn. 14,16-17).

Jesús, cumpliendo el mandato del Padre, con su vida, pasión, muerte y resurrección, instala la única Cátedra que por sus contenidos y los testimonios de Quien la dicta, se constituye en la expresión formadora del hombre en términos esenciales. Éste, a través de la verdad predicada y vivida por Cristo, asume su carácter de persona humana, y en ella la condición espiritual, que en unión sustancial conveniente con la materia, le permite obrar en libertad y por esta, lograr la aprehensión del ser que es el bien. La criatura, limitada en el tiempo, pero con potencias para el incremento de su capacidad óntica, en el anticipo de la visión integral del Ser Necesario.

Nos es lícito asumir la imagen del pastor, que es aquella con la cual Jesús se designa y explica su misión.

Joseph Ratzinger lo explica: “……En el antiguo Oriente, tanto en las inscripciones de los reyes sumerios como en ámbito asirio y babilónico, el rey se considera como el pastor establecido por Dios; el apacentar es una imagen de su tarea de gobierno. La preocupación por los débiles es, a partir de esta imagen, uno de los cometidos del soberano justo. Así, se podría decir que, desde sus orígenes, la imagen de Cristo buen pastor es un evangelio de Cristo Rey, que deja traslucir la realeza de Cristo” (8) (El destacado me pertenece).

En la actualidad este concepto es considerado por la filosofía política para aplicarlo al vocablo autoridad, que significa la persona que conduce a otras y tiene además, la capacidad para modificar la realidad. Esta aptitud solo debe ser aceptada en tanto se la ordene hacia el bien común, y así entonces se la identifica con la del pastor que conduce y cuida su rebaño.

Cabe agregar que el vocablo “pastor” proviene de la acepción latina pastus que indica “pasto, forraje”. Con lo que queda definida la función del pastor en lo que, a la atención de sus ovejas, refiere.

El servicio, en la misión por la que Cristo nos envía hacia nuestro prójimo, se concreta en el amor que trae implícita la entrega perfectiva al destinatario de tal virtud sobrenatural. Ella debe atender primariamente al cuerpo, por lo que son los más débiles las personas que prioritariamente deben ser consideradas y ayudadas en esta tarea. Así, quedará abierto el camino hacia el corazón de nuestros hermanos, y seremos realmente instrumento del amor del Padre, como lo ha sido, y continúa siéndolo, su Hijo.-
Este trabajo para el prójimo, que por la identidad en la paternidad, nos convierte en hermanos, debe consistir en una entrega total.

Todas las tareas que conforman la actividad profesional de la persona humana, entendiendo tales trabajos como “la aplicación ordenada y racional de parte de la actividad del hombre al conseguimiento de cualquiera de los fines inmediatos y fundamentales de la vida humana” (9), llevan implícita el servicio, lo que significa ordenar todas las acciones de la vida para que sean útiles a nuestros hermanos.

Lo postulado en el párrafo precedente, encuentra su fundamento en el sermón sobre el pastor del evangelio de Juan. Allí Jesús dice: “……Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor que da su vida por las ovejas” (Jn. 10,10,11). Y agrega, en orden a la totalidad de la entrega por sus ovejas, “…… por eso me ama el Padre, porque doy la vida para después recobrarla. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente” (Jn. 10,17,18).

Y así, entonces, en la imitación de la vida de Cristo y con ello en el acatamiento de su docencia, debemos asumir, con respecto al Redentor se ha dicho, que Jesús no es solo el pastor sino el verdadero alimento de sus hermanos, pues nos dio la vida eterna, entregando la suya en cruenta muerte, muerte de cruz.

En esta actitud debe quedar ubicada nuestra voluntad, y con ella nuestro obrar, la que sustenta su movimiento orientado al bien, en la verdad que le ha sido brindada por el intelecto que, en un riguroso ejercicio de la virtud de la prudencia, la ha hecho suya luego de encontrarla en la Cátedra de Cristo.

Jesús es la Verdad de Dios. Y es ella la que permite entender el porqué la entrega de la vida no implica perderla, sino encontrarla, en plenitud y para siempre. Dice el Maestro: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mi no morirá para siempre…...” (Jn. 11,25,26).

Esta es la esencia del servicio debido, como consecuencia de la misión por la que Jesús nos ha enviado al mundo. Esta debe ser la más importante conclusión que se obtiene de la docencia de Pascua.

Quien apacienta sus ovejas, no se apropia de ellas, sino como señala Joseph Ratzinger “…… No se pertenecen como una posesión, sino en la responsabilidad. Se pertenecen precisamente por el hecho de que aceptan la libertad del otro y se sostienen el uno al otro en el conocerse y amarse; son libres y al mismo tiempo una sola cosa para siempre en esta comunión” (10).

La misión, y el servicio consecuente, solo es posible ser cumplido en tanto lo hagamos desde el seno de la Iglesia, pues es ella la que garantiza la comprensión del mensaje por la unidad de la Cátedra de Pedro. Es la verdad custodiada por la Institución que Cristo creara para mantener la riqueza y autenticidad de lo que Dios, por su medio, comunicara a los hombres.

Esto es claramente proclamado por el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica “Redemptoris Missio”: “…… La primera beneficiaria de la salvación es la Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre (cf. Hech. 20,28) y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión” (11). De lo que cabe concluir que no es posible ni la misión ni el servicio, que Cristo nos envía cumplir, fuera de la Iglesia Católica.

Tristes momentos vive nuestra Nación en esta Pascua. La sociedad que congrega el rebaño, por obra de los inútiles que se han enquistado en ella, a modo de “dirigentes”, ha negado a sus componentes la condición de persona humana. Solo se considera a los hombres como simples objetos o individuos.

Entre éstos es imposible predicar el amor, que es entrega, por cuanto los objetos, las simples cosas materiales solo se usan y no tienen la vida volitiva e intelectiva que les permita recibir el servicio. Se ha negado al pastor, al auténtico, que es Cristo y, quienes deberían asumir la misión y el servicio en el ejercicio de la autoridad pública, hoy en nuestra tierra, simples grotescos, son incapaces por tales no solo de asumir sino de entender tan altos objetivos, reduciendo sus acciones a complacer los fines personales o de grupos adeptos, que careciendo de toda trascendencia, solo preanuncian la disolución, y en su marco, la muerte. Así, tal como lo expresa el vocablo: la pérdida de la vida, porque le han quitado su valor.

Por ello, la vida, que es una superación de la materia, en el marco de los diversos grados de perfección que presenta el universo, o como señalaba el Dr. Donceel: “La vida es el primer paso de la materia hacia una mayor similitud con Dios”(12), es hoy solo una condición molesta, en la medida en que no se traduzca en la “normalidad” impuesta por aquellos que se han apropiado de la facultad de determinar lo que es o no tal y por tanto, útil a sus intereses. Para quienes, conforme lo expresaba Charles Darwin: “…los más capaces no deberían verse constreñidos por las leyes o las costumbres” (13), y según Friedrich Nietzsche: “…Muchos viven demasiado, y durante demasiado tiempo penden de sus ramas. ¡Ojalá viniera una tempestad que hiciese caer del árbol a todos esos podridos y fueran comidos por gusanos! ¡Ojalá viniesen predicadores de la muerte rápida! ¡Éstos serían para mí las oportunas tempestades que sacudirían el árbol de la vida! Pero solo oigo predicar la muerte lenta y paciencia respecto a todo lo terreno” que agregaba: “La tierra está llena de seres a quienes hay que predicar la muerte. O la vida eterna: Para mí es lo mismo, ¡Con tal que se marchen pronto a ella! (14).

Los predicadores de la muerte están ya aquí, han dictado sus leyes, y proyectan más, para ejecutar acabadamente la siniestra conjura contra la vida.

Este tiempo de Pascua es propicio para reflexionar sobre el deber que nuestra naturaleza nos insta cumplir, con plena disposición, en tanto constituye obligación inexcusable que encuentra fuente en la ley Eterna y en la Natural y, por tanto, da fundamentos a la misión y al servicio consecuente con la misma. Éste constituye una acción de justicia legal, en la que la parte –es decir el hombre singularmente- se brinda a la comunidad, para hacer posible el bien común –diverso del que cada uno aporta- en el que se encuentran los contenidos que hacen posible la justicia distributiva. La que en este contexto, se perfecciona por la caridad, que le quita la dureza del estricto cálculo de la correspondencia.

Pues la caridad se relaciona exclusivamente con el amor de Dios, expresado a través de su hijo Jesús. En idioma alemán, caracterizado por su precisión conceptual, aquella se define como “christliche Nächstenliebe” (en traducción libre, “amor al prójimo cristiano o por Cristo”). Esto encuentra sustancial coincidencia cuando el Papa Benedicto XVI, afirma: “……Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”; y agrega: “……Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca” (15). Y en el bien del amado, el ánimo se complace porque el ser que se brinda le llena de dicha y de paz.

Pues, conforme nos enseña Joseph Ratzinger: “…… De este modo, tampoco las “ovejas”, que justamente son personas creadas por Dios, imágenes de Dios, pertenecen al pastor como objetos; en cambio, es así como se apropian de ellas el ladrón o el salteador. Esta es precisamente la diferencia entre el propietario, el verdadero pastor y el ladrón: Para el ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son solo cosas que se poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en vista de alcanzar la verdad y el amor…… Precisamente por eso no se aprovecha de ellas, sino que entrega su vida por ellas” (16).-
Por eso la persona humana no es un mendigo ni recibe limosna. Su condición de tal es de derecho natural. Escribe el maestro Guillermo Borda:”…….la persona no nace porque el derecho objetivo le atribuya capacidad para adquirir derechos y contraer obligaciones, sino que le reconoce esa capacidad porque es persona. En otras palabras, la persona no es un producto del derecho, no nace por obra y gracia del Estado……” (17).

Es la Pascua de Resurrección. Es la celebración de la vida, la que es eterna por el sacrificio del Hijo de Dios, que recuperó para nosotros tal carácter. Es tiempo de misión y de servicio a nuestro prójimo. Ningún sacrificio es imposible, ni debe eludirse, cuando se trata de rescatar a nuestros hermanos, apartándolos de los perversos, que ya sin pudor alguno, los pretenden para sacrificarlos justificando así el fracaso de su vacio agnosticismo.

La voluntad ordenada por la verdad se dirige a la afirmación del ser, y con ella a la de la dignidad de la criatura, presupuesto este que permite la defensa de la vida de nuestros hermanos. Todo lo que es necesario para recomponer nuestra sociedad dispersa en sus miembros, porque se les ha negado la propuesta del fin que da sentido a la existencia de la persona humana.

Es la misión que nos propone Cristo. Es el servicio que se compadece con el amor que Él derramara sobre la humanidad.

Es Pascua de Resurrección, la cátedra que nos nutre en la verdad. Ella, nos hace libres, y por ello, podremos afrontar el buen combate, sostenidos en el coraje, la fortaleza y la fe, que Cristo nos enseño con el testimonio de su pasión, muerte y resurrección.

En la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina, a los diez días de Abril del año 2011. Último domingo de cuaresma.

Citas
1.- Romano Guardini. “Der Herr” (El Señor) Edición Lumen. Págs. 139/140
2.- Conf. el ensayo del autor “Navidad: El rostro de la verdad”. Diciembre 2010.
3.- Romano Guardini. Ob. cit. Pág. 38.
4.- D.R.A.E. Vocablo “misión” (1ª y 2ª acepción).
5.- D.R.A.E. Vocablo “facultad” (1ª y 2ª acepción).
6.- Romano Guardini. Ob. cit. Pág. 38.
7.- Breve Diccionario Etimolóligo de la Lengua Española. Guido Gómez de Silva. Editorial Fondo de Cultura Económica. México. Pág. 636.
8.- Joseph Ratzinger. “Jesús de Nazaret”. Ediciones Planeta. Págs. 320/321.
9.- Antonio Peinador Navarro. C.M.F. “Tratado de Moral Profesional”… Edición de la BAC. Pág. 2.
10.- Joseph Ratzinger. Ob. cit. Pág. 330.
11.- Juan Pablo II. Encíclica “Redemptoris Missio”. Editorial Paulinas. Págs. 18/19.
12.- Conf. J. F. Donceel. “Antropología Filosófica”. Pág. 51.
13.- Citado por Guillermo Buhigas. “Eugenesia y Eutanasia”. “La conjura contra la vida”. Editorial Sekotia. Tapa.
14.- Friecrich Nietzsche. “Los discursos de Zaratustra: De la muerte libre, así habló Zaratustra, e idem: De los predicadores de la Muerte, así habló Zaratustra. Citado por Guillermo Buhigas. Ob. cit. pág. 8.-
15.- Benedicto XVI. Encíclica “Deus Caritas Est”. Ediciones Paulinas. Pags. 35 y 15
16.-Joseph Ratzinger. Ob. cit. Págs. 330/331.
17.- Guillermo A. Borda. “Tratado de Derecho Civil Argentino”. Parte General. Tomo I. Pág. 228.-



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