miércoles, 13 de julio de 2011

MONS. JOSÉ MARÍA ARANCEDO: LA PATRIA, DON Y TAREA




Aquel grito de libertad de la Revolución de Mayo alcanzó, el 9 de Julio de 1816, su mayoría de edad. Estas dos fechas marcan el comienzo y las líneas que definieron a una nueva Nación.




Es común al hablar del Bicentenario referirnos a ese tiempo comprendido entre estas dos fechas. El objeto siempre es el mismo: celebrar el nacimiento de la Patria. Por ello, lo primero que diría es que debemos asumir todo este tiempo como celebrativo y no pensar que ya hemos celebrado el Bicentenario. Esto nos permitirá prolongar en estos años aquella lenta maduración que nos haga vivir y renovar el significado de ser Nación.

Toda celebración Patria es una mirada agradecida al pasado, pero también un sereno y crítico examen de aquellas cosas que aún no hemos alcanzado. Siempre hay luces y sombras. Esta actitud que nace de un amor basado en la verdad y el reconocimiento hacia quienes fueron sus protagonistas, es el marco ejemplar que nos capacita para reconocer en el presente aquello que debe cambiar para orientar el futuro.
En esto veo la fuerza de una esperanza que no es una utopía más, sino el fruto de una madura reflexión que tiene raíces y se expresa en objetivos claros, justos y posibles. A esta esperanza le debemos agregar la coherencia del testimonio, que es el que engendra la necesaria confianza que fortalece los vínculos de pertenencia social.

La celebración de una fecha Patria nos debe llevar, además, a reconocernos como parte de un sujeto único que, al mismo tiempo, es plural. Integrar lo diverso en la unidad es un acto de madurez política y de grandeza ciudadana, que no siempre es fácil. Cuando el precio de la supremacía sectorial se hace a costa de enfrentamientos estériles, nos alejamos de ser Nación.

La historia grande nos une, pero hay una historia pequeña de mezquindades que nos aísla y debilita, postergando la amistad social y la unidad que son notas de una comunidad políticamente sana con un futuro cierto y previsible, que es garantía de justicia para quienes menos tienen. La unidad sin la diversidad nos empobrece, pero la diversidad que no se orienta hacia la unidad nos va desintegrando.

Creo que este sigue siendo uno de los desafíos del Bicentenario. Entre las metas que proponíamos en el documento “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad” marcaría aquella de: “Avanzar en la reconciliación entre sectores y en la capacidad de diálogo. Una amistad social que incluya a todos, es el punto de partida para proyectarnos como comunidad, desafío que no hemos logrado construir en el transcurso de nuestra vida nacional” (n° 33).

Reconocer esta fragilidad y proponernos un cambio de actitud sería el mejor homenaje a nuestra Patria. Esto no es posible, sin embargo, sin una primacía de los valores morales que eleven y orienten la actividad del hombre como de las Instituciones. Cuando la justa y necesaria ambición política sacrifica estos valores en aras del poder, el dirigente se devalúa como persona y la sociedad se enferma como cuerpo social.

Señor, al celebrar un nuevo año de nuestra Independencia queremos agradecerte el don de nuestra Patria, pero también queremos asumir la exigente tarea de ser Nación: “una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Concédenos, para ello, la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos” Amén.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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